Aparición de la Virgen a san Bernardo, Lippi

Día 7

Mayo: Mansedumbre

Hay algunos caracteres que parecen muy amables mientras todo les va bien; pero al toque de cualquier adversidad o contradicción, se encienden inmediatamente y comienzan a arrojar humo como un volcán. A estos se les puede llamar brasas ardientes ocultas bajo cenizas. Esta no es la mansedumbre que Nuestro Señor pretendía enseñar, para hacernos semejantes a Él. Deberíamos ser como los lirios entre espinas, que, aunque salen de entre puntos tan agudos, no dejan de ser suaves y flexibles. - San Bernardo

Esta prueba muestra cuán verdadera era la mansedumbre de San Francisco de Sales, pues se registra de él que cuanto más maltratado era, más tranquilo parecía. Se puede decir que encontraba paz en la guerra, rosas entre espinas y dulzura en medio de la mayor amargura. Incluso dijo una vez: "Últimamente, la contradicción abierta y la oposición secreta que encuentro me traen una paz tan dulce y reconfortante que no tiene igual, y presagia el próximo descanso del alma en su Dios, que realmente es la única ambición y el único deseo de mi corazón y alma". En nada brilla más esta admirable paz y tranquilidad que en las persecuciones que sufrió por causa de la Orden de la Visitación, la obra de sus manos y de su mente, que le había costado incontables oraciones, viajes y trabajos, y que ciertamente le era querida como la niña de sus ojos. Se levantó tanta oposición contra este Instituto tan digno, que varias veces estuvo al borde de la extinción; sin embargo, nunca perdió su imperturbable paz por eso. Por otro lado, escribió que alababa a Dios porque su pequeña Congregación había sido calumniada, ya que esa era una de las marcas más evidentes de la aprobación del Cielo. Un día, cuando el Santo estaba predicando, dos abogados le enviaron una nota llena de comentarios insultantes, con la esperanza de interrumpir el sermón. Tomó el papel, pensando que contenía algún aviso que dar al pueblo, tuvo la paciencia de leerlo para sí mismo, y luego, sin perturbación, continuó con su sermón. Cuando terminó y descansó un poco, preguntó al clérigo de quién había recibido la nota y fue a visitar a los dos abogados, uno tras otro. Sin hablar de la carta, les pidió que dijeran en qué les había ofendido. Cuando escuchó la ocasión, les aseguró que nunca había tenido la intención de hacerlo, y les pidió perdón de rodillas. Esto les causó mucha confusión, y ellos pidieron su perdón a su vez. Desde entonces, vivieron en los mejores términos con él, venerando, como hacían, una virtud tan heroica y cristiana.

Esta virtud también brilló en Santa Juana Francisca de Chantal. Cuando fue, en varias ocasiones, maltratada por muchos, nunca mostró el menor signo de resentimiento o disgusto, sino que, a cambio, dio regalos a unos, otorgó favores obtenidos de Dios o de personas de rango, a otros. Tampoco disminuyó su amor por ninguno de ellos.

Un joven que estaba muy enojado porque una joven a la que quería casarse había abrazado el estado religioso fue a verla, y le dijo muchas cosas insultantes. Ella escuchó todas con gran serenidad de rostro y tanta alegría de corazón que al salir del parlatorio dijo a su compañera, que había estado presente en la entrevista: "Nunca escuché un elogio más agradable para mí que el que este buen joven acaba de hacer". Luego, conmovida por su estado pecaminoso, agregó: "Oremos al Señor para que le dé luz". Sus oraciones fueron escuchadas, porque se arrepintió de su error, volvió a pedirle perdón, luego él mismo entró en la religión y finalmente se convirtió en un gran predicador y un buen siervo de Dios.