

El Ángel de la Guarda, Pietro de Cortona
Mansedumbre
Décima meditación
Quien tenga la dirección de almas debe tratarlas como lo hacen Dios y los Ángeles, con admoniciones, sugerencias, súplicas y "con toda paciencia y doctrina". Debe llamar a la puerta del corazón como el Esposo, e intentar abrirla suavemente: si lo logra, debe introducir la salvación con alegría; pero si recibe un rechazo, debe soportarlo pacientemente. Así es como actúa Nuestro Señor. Aunque Él es el Dueño de todos los corazones, soporta nuestra prolongada resistencia a Sus luces y nuestras muchas rebeliones contra Sus inspiraciones; e incluso si se ve obligado a retirarse de aquellos que no quieren seguir Su camino, no cesa de renovar Sus inspiraciones e invitaciones. Nuestros Ángeles guardianes, también, imitan exactamente Su conducta en esto; pues guían, gobiernan y ayudan en la medida de sus posibilidades a aquellos que Dios ha encomendado a su cuidado, y cuando los ven permanecer obstinados, no los abandonan por ello, ni experimentan pena o irritación, ni pierden en ningún grado su bienaventuranza. Ahora, ¿qué mejores modelos que estos podemos desear para nuestra propia conducta? -San Francisco de Sales
Seguramente estos fueron los modelos que este Santo se propuso a sí mismo. Con las almas débiles en particular, como los principiantes o aquellos que han hecho poco progreso en la vida espiritual, decía que debemos imitar a Jacob, quien adaptaba sus pasos a los de sus pequeños hijos, e incluso a los tiernos corderos.
San Vicente de Paúl también se comportaba con gran suavidad y paciencia con todos aquellos a quienes dirigía, y especialmente con las personas escrupulosas, soportando sus debilidades y escuchándolas con una dulzura inalterable. Trataba de la misma manera a aquellos que eran quisquillosos y difíciles de complacer, diciendo que debían ser guiados con la mayor amabilidad, ya que sus debilidades del espíritu eran dignas de aún más compasión que las del cuerpo.
Santa Juana Francisca de Chantal siguió el mismo curso. Escribiendo a una Superiora de su Orden, dice: "Cuanto más envejezco, más siento la necesidad de la mansedumbre para ganar y retener corazones, para que sean fieles al deber que deben a Dios. Todo lo que he intentado hacer para el beneficio de aquellos que han recurrido a mí para guiar sus almas ha sido hecho por medio de una caridad suave y humilde, y sin ninguna autoridad más que la de una súplica sentida."