San Pablo el simple, Abraham Bloemaert y Boetius à Bolswert
Día 28
Junio: Obediencia
Quien vive bajo obediencia debe dejarse gobernar por la Providencia, a través de su Superior, como un hombre muerto. Es señal de muerte no ver, no sentir, no responder, no quejarse, no mostrar ninguna preferencia, sino ser movido y llevado a cualquier parte a voluntad de otro. Mira cuán lejos tu obediencia queda de esto. -San Ignacio de Loyola
Un hombre de este tipo fue San Pablo el Simple, un discípulo de San Antonio. Un día le preguntó a su maestro si Cristo estaba antes que los Profetas; a lo cual el Santo le ordenó que no hablara, ya que solo era capaz de decir tonterías; y durante tres años consecutivos el discípulo observó silencio perpetuo. Después de eso, San Antonio, queriendo probar aún más su obediencia, le mandó hacer muchas cosas absurdas e inútiles como sacar agua de un pozo y luego verterla, hacer prendas de vestir y luego romperlas, y cosas por el estilo. San Pablo consideraba todas estas cosas como necesarias, al menos porque se le ordenaban, aunque pudieran ser frívolas e insignificantes en sí mismas. Por lo tanto, las realizaba alegremente, con prontitud y con toda la diligencia posible, sin hacer la menor reflexión sobre ellas.
El mismo espíritu fue mostrado por cierto discípulo del Abad Martín, quien, teniendo una vara seca en la mano, la plantó en el suelo y ordenó a su discípulo que la regara hasta que floreciera. Este lo hizo regularmente durante tres años, yendo diariamente a buscar agua al Nilo, que estaba a dos millas de distancia; y nunca se quejó ni se desanimó al ver que había trabajado tanto en vano. Finalmente, el Señor se dignó mostrar cuánto le agradaba este esfuerzo, pues la vara se puso verde y floreció. Esta anécdota es relatada por Severo Sulpicio, quien dice que él mismo había visto el árbol, que se conservó hasta su tiempo como un recuerdo en el patio del monasterio.
El día en que Santa María Magdalena de Pazzi recibió el hábito, se postró humildemente y con verdadero sentimiento a los pies de su Maestra y se entregó completamente a su voluntad, diciendo que se entregaba en sus manos como si estuviera muerta, y que de ahora en adelante podría hacer con ella lo que quisiera, pues le obedecería en todo. También le pidió que no le mostrara ningún favor en cuanto a humillaciones y mortificaciones. Hizo las mismas protestas a una segunda Maestra nombrada para suceder a la primera. Y, de hecho, vivió así completamente sumisa a su voluntad, obedeciéndolas prontamente en todo, y dejándose emplear en lo que desearan, sin nunca contradecir ni dar ninguna señal de desaprobación, sin importar lo que dijeran. De esta manera, logró despojarse tanto de su propia voluntad y juicio que parecía ya no tener ninguno, y podrían considerarse muertos en ella.