Monjes Cistercienses, Johann Petr Molitor

Día 27

Junio: Obediencia

Quien desee ser un buen religioso debe asemejarse al burro del monasterio. Este animal no elige qué carga debe llevar, ni va por el camino que prefiere, ni descansa cuando quiere, ni hace lo que desea; sino que se acomoda a todo lo que se elige para él. Camina, se detiene, gira, retrocede, sufre y trabaja día y noche, en todo tipo de clima, y soporta cualquier carga que se le ponga sin decir: "¿Por qué?" o "¿Para qué?" "Es demasiado;" "Es muy poco;" o algo por el estilo. - Abad Nesterone

Este santo Abad, como se cuenta en las Vidas de los Padres, al entrar en la religión hizo esta hermosa resolución: Yo y el burro somos uno. Me consideraré a mí mismo como el burro del monasterio. Y así, se convirtió en uno de los mejores religiosos.

San Juan Berchmans se consideraba a sí mismo de la misma manera. Cualquier cosa que se le ordenara, nunca se negaba a hacerla, ni se excusaba, ni mostraba ningún signo de descontento o desaliento, sino que aceptaba todo con alegría y lo ejecutaba pronta y fielmente. Y así, cuando los Superiores estaban en la perplejidad de asignar alguna tarea difícil o encontrar un compañero para un hermano que salía, siempre recurrían a él. De esta manera, a veces sucedía que apenas regresaba a casa con uno, cuando se le asignaba salir con otro; y esto podría ocurrir tres o cuatro veces en un día. Y con estos compañeros iba de un lado a otro, se detenía en cualquier lugar y por el tiempo que ellos quisieran, sin objetar ni quejarse de la pérdida de tiempo, o de no ser tratado tan bien como los demás; pues su único objetivo era obedecer y servir.

Pero San Félix el Capuchino asumió este carácter de manera más completa que todos, ya que lo hizo no solo en su propia mente, sino por una confesión para que otros tuvieran la misma opinión de él; e incluso valoraba el título de burro. A veces, al pasar por una calle concurrida con cestas llenas de pan o vino, gritaba: "¡Hagan paso para el burro!" Y si alguien decía que no veía ningún burro, él respondía: "¿No saben que soy el burro de los Capuchinos?" Un día, mientras caminaba por la ciudad, se cayó accidentalmente en el barro, y no pudiendo levantarse dijo a su compañero: "¿No ves que el burro se ha caído? ¿Por qué no coges el látigo y lo haces levantarse?" Cuando algún religioso lo llamaba por su propio nombre, a menudo respondía: "Te equivocas, Padre; mi nombre es Hermano Burro." Y no era solo una cuestión de palabras; pues el Superior podía emplearlo en todo momento y lugar, precisamente como si hubiera sido un burro, y darle cualquier cosa que quisiera hacer, sin riesgo de una palabra de excusa o el más mínimo signo de reticencia.