Hermanas de la Caridad
Día 21
Noviembre: Caridad
Visitar y aliviar a los enfermos no puede dejar de ser algo muy grato a Dios, ya que Él lo ha recomendado tanto. Pero para hacerlo con la mayor facilidad y mérito, debemos considerar al sufridor no simplemente como un hombre, sino como Cristo mismo, que testifica que recibe en Su propia persona todo ese servicio.
Santa María Magdalena de Pazzi mostró una maravillosa caridad hacia todos los enfermos. Los visitaba todos los días y, en casos graves, muchas veces al día, permaneciendo el tiempo necesario y sirviéndoles en todas sus necesidades, ya sea proporcionando ella misma o a través de la Superiora u otros responsables. A veces, probaba la comida primero para alentarlos a comer. Los bañaba, arreglaba sus camas y barría sus habitaciones, realizando los oficios más humildes por su propia voluntad. Les leía libros espirituales, los exhortaba a la paciencia o les daba consuelo, y lo hacía todo con tanto afecto y alegría que era de gran ayuda. Esta caridad era universal, libre de interés propio, impulsada únicamente por el amor a Dios, considerando a los enfermos ora como templos del Espíritu Santo, ora como hermanas de los ángeles, y ella misma siempre sirviendo solo a Dios. Cuando se necesitaba administrar medicamentos en horas inconvenientes, ofrecía su ayuda a la encargada de los enfermos. Cuando alguno requería cuidados especiales, ella se encargaba completamente de servirles. Lo hizo en el caso de un consumido ciego, de un leproso y de otro que tenía una úlcera espantosa, a la que más de una vez aplicó sus labios. Les atendía a todos con tanta atención como si hubiera sido su sirvienta, bañándolos, lavando su ropa y realizando todos los demás servicios durante todo el curso de su enfermedad, que en el caso del consumido duró un año. Cuando los enfermos estaban cerca de su fin, permanecía con ellos toda la noche, sin acostarse, a veces quedándose a su lado durante quince días y noches seguidos, ya sea rezando por ellos o animándolos con tanto sentimiento y caridad que les proporcionaba el mayor consuelo. Y así, todos los moribundos deseaban tenerla presente en su paso de este mundo.
San Juan Berchmans brindaba cuidados similares a los enfermos en cualquier casa donde viviera. Los visitaba muchas veces al día y los consolaba con conversaciones espirituales. En verano, les llevaba agua fresca de la fuente en la hora más calurosa del día para humedecer sus labios y manos. No importaba cuántos fueran, los visitaba todos los días y pasaba más tiempo con aquellos que necesitaban más ayuda o recibían menos visitas. De las habitaciones donde encontraba a muchos reunidos, se apresuraba rápidamente para ir a aquellos que estaban solos. Siempre contaba alguna anécdota de la Santísima Virgen a los hermanos laicos enfermos, que esperaban ansiosos la hora de su visita, y si algo le impedía llegar, le pedían al Padre a cargo que lo enviara más tarde, tal era el consuelo que les brindaba su presencia. Cuando no podía visitar a algún hermano, no dejaba de preguntar al encargado de los enfermos acerca de él.
San Félix el Capuchino no mostró menos compasión por los enfermos de su Orden. A su regreso al convento, después de mendigar limosnas, iba distribuyendo entre ellos cualquier pequeño manjar y refresco que hubiera obtenido, consolándolos al mismo tiempo con palabras amables y mostrando su disposición para brindarles cualquier servicio que necesitaran.
Muchos, incluso personas de alta posición, han tenido una vocación para visitar y servir en hospitales. San Esteban, rey de Hungría, iba a ellos de noche, solo y disfrazado.
San Luis, rey de Francia, servía a los internos de rodillas, con la cabeza descubierta, mirándolos como miembros... de Cristo y unidos a Él en la Cruz. Y así sucesivamente con muchos otros.
Cuando San Juan Gualberto era abad, era tan riguroso en cuanto a la observancia de la Regla que no tenía compasión de los enfermos y deseaba que la observaran igual que los sanos. Pero esto no le complacía al Señor, así que le permitió enfermarse gravemente y aprender por experiencia propia cómo compadecer a los que sufren.