La Caridad, William Adolphe Bouguereau

Día 17

Noviembre: Caridad

La caridad fraterna es el signo de la predestinación. Nos da a conocer como verdaderos discípulos de Cristo, ya que fue esta virtud divina la que lo movió a vivir una vida de pobreza y a morir en la desolación en la cruz. Por lo tanto, cuando encontramos oportunidades de sufrir por caridad, debemos bendecir a Dios por ellas. - San Vicente de Paúl

Santa Eufrasia, una monja en Tebaida, estaba tan llena de caridad que pasaba semanas enteras sin tomar alimento, debido a su excesiva ocupación en el servicio de los demás, y porque dedicaba cualquier pequeño tiempo que le quedaba a la oración. Se notó que durante un año entero nunca se sentó; y su amabilidad activa la hizo querida y encantadora a los ojos de todo el convento, de modo que les parecía no una criatura terrenal, sino un ángel encarnado. Finalmente, Dios reveló a la abadesa que pronto tomaría a Eufrasia consigo. Cuando esto llegó a oídos de una de las compañeras de la Santa, lloró día y noche, y Eufrasia, descubriendo la causa, se afligió ella misma al ver la perspectiva de perder la oportunidad de servir a Dios en su prójimo.

Eulogio, un hombre muy erudito, resolvió abandonar los estudios y entregarse por completo al servicio divino. Primero distribuyó la mayor parte de su propiedad entre los pobres, pero sin saber qué tipo de vida elegir para complacer mejor a Dios, fue a la plaza pública y encontró a un leproso sin manos ni pies. Conmovido por una viva compasión, hizo una especie de pacto con Dios de que cuidaría de este hombre y lo mantendría hasta la muerte, con la esperanza cierta de obtener misericordia del Señor. Lo llevó entonces a su casa y lo cuidó con sus propias manos durante quince años. Al final de este tiempo, el hombre, instigado por el diablo, comenzó a insultar a Eulogio, diciendo que debía haber cometido muchos robos y maldades, y así lo utilizó como medio de expiar sus pecados, pero que no quería quedarse con él más tiempo y deseaba que lo llevaran de vuelta a la plaza, ya que estaba cansado de una dieta vegetariana y quería carne. Eulogio le llevó algo de carne e intentó calmarlo. Pero no se dejó apaciguar, diciendo que le gustaba ver a mucha gente, y nada le serviría más que ser llevado de vuelta a la plaza. Eulogio, sin saber qué hacer, lo llevó en barco a ver a San Antonio, quien primero los reprendió a ambos y luego dijo que Dios los había visitado con esta tentación porque estaban cerca del final de sus días; por lo tanto, debían ser pacientes por un tiempo y no separarse, porque el Señor había permitido esta prueba para que pudieran recibir una recompensa mayor. Regresaron a casa y al cabo de cuarenta días murió primero Eulogio, y luego su paciente.