Fe, Caridad y Esperanza, Francesco
Día 15
Noviembre: Caridad
La manera más segura de descubrir si tenemos el amor de Dios es ver si amamos a nuestro prójimo, ya que ambas cosas nunca están separadas. Asegúrate, también, de que cuanto más percibas que avanzas en el amor hacia tu prójimo, más lo harás también hacia Dios. Ver cuánto amamos a nuestro prójimo es la regla más segura para descubrir cuánto amamos a Dios. Es importante, entonces, notar con gran atención cómo caminamos en este santo amor hacia nuestro prójimo; porque si es con perfección, todo está hecho. Así que debemos examinarnos cuidadosamente en las pequeñas cosas que suceden constantemente, sin hacer mucho caso de ciertas ideas grandilocuentes sobre las grandes cosas que pensamos decir y hacer por nuestros prójimos, que a veces nos vienen en la oración, pero que nunca se llevan a cabo. - Santa Teresa de Jesús
La bendita Ángela de Foligno rezó al Señor para que le diera alguna señal por la cual pudiera saber si verdaderamente lo amaba y era amada por Él. "La señal más clara", le respondió, "del amor mutuo entre Yo y Mis siervos es que amen a sus prójimos". Tertuliano relata que el amor mutuo de los primeros cristianos era tan evidente que incluso los paganos se asombraban mucho y decían entre ellos: "¡Miren cómo se aman estos cristianos! ¡Cuánto respeto tienen el uno por el otro! ¡Cuán dispuestos están a prestar cualquier servicio, o incluso a sufrir la muerte, por el bien del otro!"
San Jerónimo dice que en su vejez, San Juan Evangelista no podía asistir a las reuniones sagradas sino apoyado en los brazos de sus seguidores; ni podía predicar largos sermones, debido a la debilidad de su voz, pero repetía constantemente estas pocas palabras: "Hijitos, ámense los unos a los otros". Después de un tiempo, los presentes se cansaron y le preguntaron por qué siempre les daba la misma instrucción. "Porque", respondió, "este es el precepto del Señor; y si lo observan, solo eso será suficiente".
Para que sus monjas pudieran estar seguras de si sus acciones procedían del espíritu de la caridad, Santa Juana Francisca de Chantal mantuvo inscrita en la pared de un pasillo por el que pasaban constantemente, una lista de las marcas distintivas que el Apóstol asigna a esta sublime virtud: "La caridad es paciente, amable, sin celos, sin ambición, sin interés propio, sin aversiones. Lo cree todo, espera en todo, soporta todo". Cuando alguien en el capítulo se acusaba a sí misma de una falta contra la caridad, la enviaba a leer estas frases, a las que llamaba el espejo del convento. A menudo las leía ella misma, en presencia de sus hijas; luego, volviéndose hacia ellas con un rostro radiante, añadía: "Aunque hable con la lengua de los ángeles y no tenga caridad, no soy nada; y aunque entregue mi cuerpo al tormento y al fuego, y no tenga caridad, nada me aprovecha".