Día 1

Noviembre: Caridad

Este es el primer y más grande mandamiento: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, pero el segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. — Mateo 22:38

¡Dios mío y Señor mío! ¿Qué necesidad había de ordenarnos amarte? ¿No eres acaso sumamente adorable en tus infinitas perfecciones? ¿Y no mereces nuestro amor por el amor infinito que nos tienes? Entonces, ¿cómo es posible que alguien no te ame? Si existe tal persona, debe ser porque no ha tenido la oportunidad de conocerte. Pues un alma que conoce a Dios no puede evitar amarlo y hacerlo en proporción a su conocimiento de Él. Así que si lo ama poco, es señal de que lo conoce poco, y cuanto más aumenta su conocimiento, más crecerá su amor. — Santa Teresa

Un alma muy elevada una vez dio a su director el siguiente relato de su interior: "Un gran fuego de amor se enciende en mi corazón, Padre, cuando percibo claramente, en el momento de la meditación, cuánto merece nuestro amor la Santísima Humanidad del Señor, por lo que soporta por nosotros al amarnos incluso como a Él mismo. Nos lo manifiesta de esta manera:

1.) Por las grandes cosas que ha hecho y está haciendo por nosotros.

2.) Por el gran deseo que tiene de ser amado por nosotros, lo cual demuestra a través de tantos dispositivos de amor extraordinarios, y al quedarse, por así decirlo, en un estado de violencia porque desea comunicarse y darse a conocer para ser amado por nosotros, pero, al no encontrar acceso debido a nuestra falta de disposición adecuada, no puede hacerlo.

3.) Por la paciencia con la que soporta la indiferencia que encuentra en las criaturas a las que ha amado tanto, lo que no afecta su constancia inalterable de amor. Bajo estos rayos de luz, el alma emite varios afectos, a veces de asombro ante la Majestuosidad Divina que permite que la criatura sea amada con un amor infinito y al Creador y Señor con un amor finito y limitado, a veces de amor, pero un amor excesivo que la consume, desearía que el corazón de un Serafín arda y se consuma de amor por su Dios; o más bien desearía amarlo con ese mismo amor con el que se ve amada por Él; y nuevamente un sufrimiento insoportable al verse carente del conocimiento y el amor de Dios, que son la cima de su perfección y la elevarían a la Majestuosidad Divina que tanto anhela. Este dolor se incrementa por la nueva percepción con la que el Señor le hace entender que no amarlo es un desprecio positivo a su poder, sabiduría, amor, bondad y tantas cosas admirables que ha hecho y sufrido por ella. ¡Oh, dónde puede descansar y cómo no hundirse en la nada bajo esta luz! Les aseguro, Padre, que cuando Dios puso ante mis ojos el gran desprecio que le mostré a mi Amor cuando no lo amé, no sé cómo sobreviví. Seguramente, si no hubiera suspendido mi conciencia, habría muerto en el acto.

"Finalmente, el alma se enciende con deseos ardientes de que su Amado sea conocido y eleva aspiraciones y jaculatorias hacia esa Infinita Bondad para que se dé a conocer y así ser amado. Profesa su disposición para cooperar en la ayuda y el avance de las almas de cualquier manera que sea agradable a la Majestuosidad Divina. Fue así como el amoroso Señor se reveló a mí, su sierva más vil e indigna. Y cuando misericordiosamente me concedía alguna de estas gracias fuera del tiempo de oración, como cuando conversaba con otros o trabajaba, caía en éxtasis y quedaba tan inconsciente que cuando las Hermanas me hablaban, no sabía lo que decían, aunque siempre entendía a la Superiora si requería algo como asunto de obediencia". El bendito Jacopone se conmovió mucho al ver a tantas almas perderse por ofensas contra Dios en tiempo de Carnaval y exclamaba: "Amor no es amado, Amor no es amado, porque no es conocido".

San Felipe Neri, también, a menudo exclamaba: "¡Oh Señor, no te amo, porque no te conozco".