Juan de Palafox y Mendoza, Desconocido
Día 9
Enero: Perfección
Aunque al entrar en la religión y cuidarnos de no ofender a Dios, podríamos parecer que hemos hecho todo, ¡ay! ¡cuántas veces quedan ciertos gusanos que no se dejan percibir hasta que han roído nuestras virtudes! Tales gusanos son el amor propio, la autoestima, los juicios severos hacia los demás, aunque sean en trivialidades, y una gran falta de caridad hacia nuestro prójimo. Pero si, de hecho, al arrastrarnos, cumplimos con nuestras obligaciones, no lo hacemos con esa perfección que Dios esperaría de nosotros. - Santa Teresa de Jesús
A uno de estos gusanos, el amor propio, Monseñor de Palafox atribuyó su propia relajación después de su conversión y su estrecha escapatoria de la perdición eterna. "Porque", dijo él, "aunque era humilde, ¿tenía, por lo tanto, derecho a creer que era verdaderamente humilde? Y aunque deseaba e intentaba ser bueno, ¿debía, por lo tanto, presumir que era verdaderamente bueno? Esta soberbia oculta obligó a la Divina Bondad a abrumarme, para que pudiera ver que no era bueno, sino malo, débil, miserable, lleno de orgullo, sensualidad e infidelidad, y un pródigo despreciador de los dones de la gracia".
Se cuenta en las Vidas de los Padres que dos de ellos habían recibido el don de contemplar mutuamente la gracia que había en el corazón del otro. Uno de ellos, al salir de su celda un viernes temprano por la mañana, encontró a un monje que estaba comiendo a una hora contraria a su costumbre. Lo juzgó como culpable y lo reprendió. Cuando regresó a casa, su compañero no vio en él el signo habitual de gracia y le preguntó qué había hecho. Pero cuando el otro no recordaba nada, añadió: "Piensa si no habrás dicho alguna palabra ociosa". Luego recordó su juicio apresurado y narró lo sucedido. Por esa falta, ambos ayunaron dos semanas enteras, al final de las cuales apareció el signo habitual en el hermano que había sido culpable.
Un Mercedario