Santa Catalina de Siena, En la iglesia de Santa María del Rosario en Prato, Roma.

Día 28

Enero: Perfección

Para poder avanzar mucho en la perfección, es necesario dedicarnos a una sola cosa por sí misma: a un solo libro de devoción, a un solo ejercicio espiritual, a una sola aspiración, a una sola virtud, y así sucesivamente. No, ciertamente, que todas las demás cosas deban ser totalmente rechazadas y pasadas por alto, sino de tal manera que aquello a lo que uno se está aplicando pueda ser generalmente el objetivo más particular y el objeto especial del esfuerzo más frecuente, de modo que si uno llega a ocuparse de otras cosas, estas puedan ser como accesorios. Hacer lo contrario, al pasar de un ejercicio a otro, es imitar a aquellos que arruinan su apetito en un banquete probando un poco de cada exquisitez. Es buscar perpetuamente, y nunca alcanzar, la ciencia de los Santos, y así resulta en perder esa tranquilidad de espíritu en Dios, que es la 'única cosa necesaria' que eligió María. Sin embargo, debemos guardarnos de un error en el que muchos caen. Es el de apegarnos demasiado a nuestras propias prácticas y ejercicios espirituales. Esto, naturalmente, nos hace sentir aversión por todos los métodos que no se conforman a los nuestros; ya que cada uno piensa que emplea el único adecuado y considera como imperfectos a quienes no trabajan de la misma manera. Quien tiene un buen espíritu extrae edificación de todo y no condena nada. - San Francisco de Sales

"Aunque los Santos se beneficiaban de todo, cada uno de ellos elegía alguna práctica propia en la que se ejercitaba particularmente. Por ejemplo, el autor favorito de San Francisco de Sales era Scupoli; el de San Domingo, Casiano; la jaculatoria más frecuente de San Francisco era '¡Mi Dios es mi todo!', la de San Vicente de Paúl, '¡En el nombre del Señor!', la de San Bruno, '¡Oh, bondad!'. Algunos tenían la presencia de Dios como su ejercicio espiritual; otros, la pureza de intención; algunos, la resignación a la Voluntad Divina; y otros, la renunciación de sí mismos. Lo mismo ocurría con respecto a las virtudes. Uno tenía un mayor amor por una virtud; otro, por otra. De ahí que casi todos sobresalieran particularmente en alguna virtud especial.

Santa Catalina de Siena, al observar estas diversas preferencias de las almas buenas, no desaprobaba ninguna, sino que más bien se alegraba de que el Señor fuera servido de tantas y tan diferentes maneras.

Un Mercedario