San Ambrosio, Anónimo

Día 24

Enero: Perfección

Complacerse en la corrección y reprensión demuestra que se aman las virtudes que son contrarias a aquellos defectos por los cuales se es corregido y reprendido. Y, por lo tanto, es una gran señal de avance en la perfección. - San Francisco de Sales

Cuando un monje visitó al Abad Serapion, sugirió que primero deberían orar juntos. Pero el visitante se negó, diciendo que era un gran pecador y no digno de llevar el hábito. Poco después, el Abad le dirigió estas palabras: "Hermano mío, si deseas volverte perfecto, quédate trabajando en tu celda y no hables mucho, ya que andar mucho no es deseable para ti." Al escuchar estas palabras, el monje se perturbó. Cuando el Abad lo percibió, agregó: "¿Qué pasa, hermano? Hace un momento dijiste que eras tan gran pecador que no eras digno de vivir; y ahora, cuando te he mostrado, con caridad, lo que necesitas, ¿te enojas? Parece que tu humildad no es genuina. Si deseas ser verdaderamente humilde, aprende a recibir las admoniciones humildemente." Ante esta reprensión, el monje se recogió, reconoció su falta y se fue muy edificado.

La Emperatriz Leonora pidió a su confesor y a aquellas damas de su corte con las que tenía más confianza que, al observar algo en ella que necesitara enmienda o mejora, se lo informaran con toda libertad, como si le estuvieran dando las noticias más agradables; y cuando lo hacían, ella les agradecía cordialmente.

Cuando San Pedro fue reprendido por San Pablo, no se enojó; tampoco se aferró a su dignidad como Superior ni menospreció al otro por haber sido un perseguidor de la Iglesia, sino que recibió el consejo de buena gana.

Leemos de San Ambrosio que, cuando alguien le informaba de un defecto, le agradecía como si le estuviera haciendo un favor especial; y había un cierto cisterciense que se complacía especialmente en una admonición, y solía decir un Padre Nuestro por quien se lo diera.

San Juan Berchmans siempre tuvo un gran deseo de que le dijeran sus defectos en público y de ser reprendido por ellos, y si alguna vez esto sucedía, él se complacía mucho. Con esta intención, solía escribirlos en trozos de papel, que entregaba a los Superiores para que los leyeran y lo reprendieran. No contento con esto, le pidió al Superior que cuatro de sus compañeros lo vigilaran y lo amonestaran. Uno de ellos testificó que, al haber llamado su atención sobre una pequeña omisión en la que había caído debido a estar ocupado en otra obra de caridad en ese momento, le agradeció cordialmente la advertencia y rezó tres veces por él, prometiendo que siempre haría lo mismo cada vez que le informara de algún defecto.

Un Mercedario