La vocación de San Luis Gonzaga , Guercino
Día 7
Marzo: Mortificación
Una de las cosas que nos mantienen alejados de la perfección es, sin duda, nuestra lengua. Porque cuando uno ha llegado tan lejos como para no cometer faltas al hablar, el Espíritu Santo mismo nos asegura que es perfecto. Y como la peor manera de hablar es hablar demasiado, habla poco y bien, poco y gentilmente, poco y simplemente, poco y caritativamente, poco y amablemente. - San Francisco de Sales
San Ignacio de Loyola gobernaba su lengua tan bien que su habla era simple, grave, considerada y breve.
San Juan Berchmans era un hombre de pocas palabras, y tan considerado en su habla que nunca se escuchó de su boca una palabra ociosa, contraria a la regla, que no fuera necesaria, útil ni dirigida a ningún buen propósito. Una vez, un hermano novicio le preguntó cómo lograba nunca cometer una falta al hablar, y él respondió así: "Nunca digo nada sin antes considerarlo y recomendarlo a Dios, para no decir nada que pueda desagradarle". Además, nunca se le observó violar el silencio, y cuando le preguntaron cómo podía mantener esta regla tan perfectamente, respondió: "Así es como lo hago: saludo humildemente a todos los que encuentro; si alguien me pide algún servicio, muestro la mayor disposición para prestarlo; si alguien me hace una pregunta, escucho y respondo brevemente; y evito decir una sola palabra superflua".
San Vicente de Paúl se hizo tan dueño de su lengua que rara vez se escuchaban palabras inútiles o superfluas de su boca, y nunca una sola que fuera inconsiderada, contraria a la caridad o que pudiera tener sabor a vanidad, adulación u ostentación. A menudo sucedía que después de abrir la boca para decir algo inusual que le venía a la mente, la cerraba de repente, sofocando las palabras, y aparentemente reflexionando en su propio corazón, y considerando ante Dios si era conveniente decirlas. Luego continuaba hablando, no según su inclinación, porque no la tenía, sino como se sentía seguro de que sería más placentero para Dios. Cuando le contaban algo que ya sabía, escuchaba con atención, sin dar señal de haberlo oído antes. Hacía esto para mortificar el amor propio, que siempre nos hace desear demostrar que sabemos tanto como los demás. Cuando se le infligía un insulto, reproche o injusticia de cualquier tipo, nunca abría los labios para quejarse, justificarse o repeler la lesión; sino que se recogía en sí mismo, y ponía toda su fuerza en el silencio y la paciencia, bendiciendo en su corazón a aquellos que lo habían maltratado, y orando por ellos. Cuando se encontraba abrumado por un trabajo excesivo, no se quejaba, sino que sus palabras ordinarias eran: "¡Bendito sea Dios! debemos aceptar de buena gana todo lo que Él se digne enviarnos".
San Luis Gonzaga, cuando iba a conversar con alguien, repetía fervientemente esta oración: "Pone Domine, custodiam ori meo, etc.---- Pon, Señor, una guardia en mi boca, etc.
Una cierta virgen observó el silencio desde la Fiesta de la Santa Cruz, en septiembre, hasta Navidad, con tanta rigurosidad que en todo ese tiempo no pronunció una sola palabra. Esta mortificación fue tan placentera para Dios, que se reveló a un alma santa que como recompensa por ello, nunca pasaría por el Purgatorio.
Entre los altos elogios que San Jerónimo dedica a su discípula Santa Paula está este ---- que era tan cautelosa al hablar como estaba lista para escuchar.
Un Mercedario