El martirio de Santo Edmundo de Canterbury, Desconocido

Día 5

Marzo: Mortificación

Quien menosprecia las mortificaciones exteriores, alegando que las interiores son más perfectas, muestra claramente que no está mortificado en absoluto, ni exterior ni interiormente. - San Vicente de Paul

Este Santo siempre fue enemigo de su cuerpo, tratándolo con mucha austeridad: castigándolo con cilicio, cadenas de hierro y cinturones de cuero armados con puntas afiladas. Cada mañana, al levantarse, se daba una severa disciplina, una práctica que había comenzado antes de fundar la Congregación y que nunca omitió debido a las dificultades de los viajes o durante su convalecencia por cualquier enfermedad; por el contrario, agregaba más mortificaciones en ocasiones especiales. Toda su vida durmió en una simple cama de paja y siempre se levantaba a la hora habitual de la Comunidad, aunque generalmente era el último en retirarse a descansar, y a menudo no podía dormir más de dos horas por la noche debido a sus enfermedades. A menudo se veía muy atormentado durante el día por el sueño, que alejaba manteniéndose de pie o en alguna postura incómoda, o infligiéndose algún malestar. Además, soportaba con gusto el gran frío en invierno y el gran calor en verano, junto con otras incomodidades; en una palabra, abrazaba, o más bien buscaba, todos los sufrimientos que podía y se cuidaba mucho de no dejar escapar ninguna oportunidad de mortificarse.

Una santa mujer, obligada por su esposo a ir a un baile, se puso mostaza seca en los hombros, lo que le causó un dolor intenso al bailar, tanto que se desmayó varias veces y tuvo que ser llevada fuera del salón de baile.

San Edmundo, Arzobispo de Canterbury, llevó durante treinta años consecutivos una banda de cilicio junto a su piel y siempre durmió en el suelo sin almohada ni cobertor. San Luis, Rey de Francia, castigaba constantemente su cuerpo con ayunos y cilicio. San Casimiro, hijo del Rey de Polonia, hizo lo mismo y también dormía en el suelo desnudo. Santa Margarita, Reina de Escocia, así como San Cayetano, a menudo usaban el cilicio durante toda la noche.

Finalmente, no se puede encontrar entre los Confesores ningún Santo, hombre o mujer, que no haya tenido gran amor por las mortificaciones exteriores y que no las haya practicado tanto como fuera posible.

Un Mercedario