San Buenaventura, Pedro Ruiz González

Día 8

Febrero: Humildad

Considera a ti mismo como vil; regocíjate de ser así considerado por otros; nunca te engrandezcas por los dones de Dios, y serás perfectamente humilde. - San Buenaventura

Un alma de precisamente este tipo fue Santa María Magdalena de' Pazzi. Se registra de ella que se consideraba tan vil a sus propios ojos que constantemente se veía a sí misma como la más baja de las criaturas y la cosa más deshonrosa y abominable de la tierra. Siendo un día llamada a la reja por la Duquesa de Bracciano, dijo con gran sentimiento: "Si mi señora Duquesa supiera que la Hermana María Magdalena es la abominación de este convento, no pensaría en nombrarla, y mucho menos en mandarla llamar". De la misma manera en que se veía a sí misma, también deseaba ser vista por los demás; y cuando la trataban con desprecio o de alguna manera la humillaban, se alegraba tanto que como recompensa por la gran alegría con la que recibía las humillaciones, a menudo caía en éxtasis después de ellas. Por esta razón no podía soportar ver que era honrada y estimada, y que otros tenían una buena opinión de ella; y para evitar esto, a menudo se acusaba a sí misma en público y en privado de sus defectos más pequeños, incluso con exageración.

Y así, con cosas que no eran realmente faltas, las mencionaba de tal manera que parecían graves faltas. Por ejemplo, al cortar una piña un día, se comió dos trozos que se cayeron de ella. Por lo tanto, se acusó de glotonería y de comer fuera del refectorio, en contra de la Constitución. Tomó, además, todas las precauciones posibles para ocultar a los demás sus virtudes y obras santas, y cuando no podía hacer esto, intentaba depreciarlas mostrando que estaban llenas de defectos; de esta manera, hacía que las acciones más perfectas parecieran dignas de reproche, o al menos, simplemente naturales y derivadas de su propia inclinación. Y como no podía evitar ni ocultar los éxtasis que se le concedían, le disgustaba enormemente que la miraran o la escucharan mientras duraban, incluso a tal grado que una vez se quejó al Señor, diciendo: "¡Oh Jesús mío! ¿cómo es que me has conferido tantas cosas que solo Tú y yo conocemos, y ahora quieres que las revele? ¿No me has prometido que así como Tú estabas oculto, así también lo estaría yo?" Una vez, cuando su confesor le ordenó que relatara a sus compañeras lo que le sucedía en estos éxtasis, lloró amargamente, como también lo hizo al hacer el relato, de modo que finalmente llegó al punto de rogarle al Señor que no le hiciera más comunicaciones de este tipo. Estaba tan lejos de sacar complacencia o autoestima de esta fuente que, como si hubiera cometido una falta, se humillaba después de estos favores, incluso ante la última novicia o laica, y se dedicaba a realizar los ejercicios diarios con ellas, y a conversar con ellas con tanta humildad y caridad que era admirable verla y oírla, primero manteniendo comunión con la Majestad Divina con tanta elevación de ideas, y luego, inmediatamente después, verla tan humilde, dependiente y sumisa a sus prójimos.

Un Mercedario