Tomás de Kempis, Grabado en cobre según E. de Boulonois de Isaac Bullart 'Academie des siences et des arts'

Día 6

Febrero: Humildad

Las personas que se mantienen humildes ante sus propios ojos y les agrada ser consideradas de poco valor y despreciadas por los demás, complacen a Dios en el más alto grado; y, por lo tanto, Él se rebaja voluntariamente hacia ellos, derrama sobre ellos los tesoros de Sus gracias, les revela Sus secretos, los invita y los atrae dulcemente hacia Sí mismo. Así, mientras más uno se humilla y se menosprecia ante los hombres, más se eleva y se hace grande a los ojos de Dios, y más claramente verá, algún día, la Esencia Divina. - Tomás de Kempis

Santa Gertrudis, al escuchar un día la campana para la Comunión y no sentirse tan bien preparada como deseaba, dijo al Señor: "Veo que incluso ahora vienes a mí; pero ¿por qué no has adornado primero mi corazón con algunos ornamentos de devoción, con los cuales podría estar más adecuadamente preparada para venir a encontrarte?" Pero el Señor respondió: "Sabe que a veces me complace más la virtud de la humildad que la devoción exterior".

Un religioso, al no poder entender un pasaje de la Sagrada Escritura, ayunó durante siete semanas y, al no entenderlo, resolvió ir a otro monje y preguntarle al respecto. Pero apenas salió de su celda, se le apareció un Ángel enviado expresamente por Dios, quien le dijo: "Tu ayuno no te ha hecho agradable a Dios, sino más bien esta humillación tuya"; y luego le resolvió la duda.

Después de que Tais se convirtió, se consideraba siempre tan baja ante sus propios ojos, a causa de su pasada vida de maldad, que no se atrevía a pronunciar el santo nombre de Dios ni siquiera al invocarlo, sino que solo decía: "¡Mi Creador, ten misericordia de mí!" Y por esta humildad, llegó a un grado tan sublime de perfección que cuando Pablo el Simple vio un lugar muy hermoso en el Paraíso, que supuso que estaba destinado a San Antonio, le informaron que sería ocupado por Tais dentro de quince días.

San Buenaventura dijo: "Conozco una cosa que agradará al Señor. Me consideraré como basura, me volveré insoportable para mí mismo. Y cuando me encuentre avergonzado, degradado, pisoteado y cargado de insultos por otros, me regocijaré y me alegraré, porque yo mismo no puedo abusar ni detestarme tanto como debería. Invocaré la ayuda de todas las criaturas, deseando ser confundido y castigado por todas ellas, porque he despreciado a su Creador. Esto será mi tesoro más querido: solicitar insultos y desprecios sobre mí mismo, amar por encima de todos aquellos que me ayudarán en esto, y aborrecer toda consolación y honores de la vida presente. Si hago esto, creo que es seguro que el tesoro de la Misericordia Divina se abrirá sobre mí, miserable e indigno como soy".

San Francisco de Asís se consideraba no solo como nada, el mayor pecador del mundo y merecedor del Infierno, sino indigno incluso de que Dios le diera un pensamiento. Un día, mientras hablaba de esta manera a uno de sus compañeros, este último vio, en espíritu, que le estaba preparado en el Cielo un asiento entre los Serafines.

Un Mercedario