San Jerónimo en la compañía de Santa Paula y Santa Eustoquia, Francisco de Zurbarán

Día 29

Febrero: Humildad

La humildad, para ser verdadera, debe estar siempre acompañada de caridad; es decir, amar, buscar y aceptar humillaciones para complacer a Dios y para ser más como Jesucristo; de lo contrario, sería practicarla a la manera de los paganos. - San Francisco de Sales

No se puede decir que a San Vicente de Paúl le faltara verdadera humildad. Por mucho que hiciera para ocultarse, humillarse, abajarse y hacerse despreciable a los ojos del mundo, sin dejar pasar ninguna oportunidad de humillarse sin aceptarla con toda voluntad y alegría, lo hacía porque expresaba los sentimientos de su propio corazón en cuanto a sí mismo y su nada, así como para actuar e imitar las humillaciones del Hijo de Dios, Quien, como dijo un día en una conferencia, siendo el resplandor de la gloria de Su Padre y la imagen de Su sustancia, no contento con haber llevado una vida que podría llamarse una humillación continua, quiso incluso después de Su muerte permanecer ante nuestros ojos en un estado de extrema ignominia, cuando le colgaron en la Cruz. Así, la humildad de este siervo de Dios era de corazón, y tan sincera que podía leerse en su frente, en sus ojos y en todo su aspecto exterior.

San Jerónimo relata de Santa Paula que cuando oyó decir que se había vuelto una loca por demasiado fervor espiritual y que sería bueno hacer un agujero en su cabeza para dar aire a su cerebro, respondió con modestia, en palabras del Apóstol: "Nos stulti propter Christum" - Somos locos por amor de Cristo. También añadió que lo mismo le había sucedido a Jesucristo, cuando sus parientes quisieron confinarlo como un loco. San Jerónimo también dice que cuando recibía insultos, desprecio o ignominia, nunca permitía que la más mínima palabra de resentimiento escapara de sus labios, sino que estaba acostumbrada en tales casos a repetirse a sí misma las palabras del salmo: Ego autem quasi surdus non audiebam, et quasi mutus, non aperiens os suum - Pero yo, como sordo, no oía, y como mudo, no abría mi boca.

Un Mercedario