Sant Felipe Neri, Giuseppe Nogari

Día 25

Febrero: Humildad

Quien desee volverse verdaderamente santo no debería, excepto en algunos casos excepcionales, excusarse, aunque lo que se le reprocha no sea cierto. Jesucristo actuó así. Escuchó cómo se le acusaba de mal que no había hecho, pero no dijo una palabra para liberarse de la desgracia. - San Felipe Neri

La Emperatriz Leonora era tratada por su madre siempre con dureza y sin apariencia de afecto. Por las cosas más pequeñas que no eran observadas por nadie más, su madre la reprendía bruscamente en cada ocasión y frecuentemente la golpeaba. La buena niña permanecía siempre en silencio, con los ojos bajos, sin pronunciar una palabra en su defensa, y mucho menos quejarse o llorar. A menudo, cuando la tormenta pasaba, se arrodillaba y besaba los pies de su madre, pidiendo perdón y prometiendo enmienda.

San Vicente de Paúl nunca se justificaba contra las quejas y calumnias que le presentaban a él y a su Congregación, sin importar el problema o la pérdida que pudieran causar. Una vez, cuando había usado su influencia para evitar que se le conferiera un obispado a uno de sus súbditos, a quien consideraba indigno de ello, el candidato decepcionado inventó una enorme calumnia en su contra, que llegó a oídos de la Reina. Un día, al encontrarse con el Santo, ella le dijo riendo que lo habían acusado de tal y tal cosa. Él respondió con calma: "Madame, soy un gran pecador." Cuando su Majestad dijo que debería afirmar su inocencia, él contestó: "También se dijo mucho contra Cristo nuestro Señor, y Él nunca se justificó." Ocurrió que, en una ocasión, en un salón público, un noble dijo que el celo misionero de los seguidores de San Vicente se había enfriado mucho. Cuando el Santo escuchó esto, no dijo una palabra en su defensa, aunque fácilmente podría haber demostrado lo contrario de la afirmación, pues en ese año y el anterior se habían dado más misiones que nunca antes. A uno que le instó a tomar nota del asunto diciéndole que este caballero, aunque no conociera la verdad, seguía hablando mal de la Congregación, él respondió: "Dejémoslo hablar. Por mi parte, nunca me justificaré excepto por mis obras." Sucedió una vez que un prelado, habiendo convocado al Santo a una asamblea donde estaban presentes muchas personas de rango, lo reprendió públicamente por algo de lo que no tenía la culpa en absoluto. Pero él, sin una palabra de queja o excusa, se arrodilló de inmediato y pidió perdón, para gran admiración de los presentes, a quienes se les conocía su inocencia. Uno de ellos, un hombre de mucha piedad y sabiduría, después de que la asamblea terminara y el Santo se hubiera ido, dijo que era un hombre de virtud extraordinaria y de un espíritu sobrenatural y divino.

La venerable Madre Seraphina nunca se excusaba, incluso ante sus confesores, aunque la culparan injustamente; ni explicaba cómo estaban realmente las cosas, a menos que fuera obligada por obediencia. Una vez, en particular, cuando fue duramente reprendida por su director, aunque lo que se le imputaba no era cierto, ella respondió solo: "Tienes razón." Después, él le ordenó que le dijera la verdad, y al escucharla, lamentó sus acusaciones injustas.

Un Mercedario