San Amonio, Boeltz

Día 21

Febrero: Humildad

Soportar la humillación y el reproche es la piedra de toque de la humildad, y, al mismo tiempo, de la verdadera virtud. Porque en esto, uno se conforma a Jesucristo, que es el verdadero modelo de todas las virtudes sólidas. - San Francisco de Sales

El bendito Seraphino, un hermano laico capuchino, era el portero, y solía pasar mucho tiempo en oración en una pequeña capilla en el jardín, frente a la puerta. Un día, el Padre Guardián, pasando por allí con un Padre visitante, le dijo a su compañero: "¿Te gustaría ver a un Santo?" Luego, acercándose a la capilla, reprendió severamente a Seraphino, diciendo: "¿Qué haces aquí, hipócrita? El Señor nos enseña a orar en una habitación con puertas cerradas, ¿y tú rezas en público para ser visto? ¡Levántate, bellaco, y avergüénzate de engañar a los pobres extraños de esta manera!" Encantado con estas reprensiones, el Hermano Seraphino besó el suelo, y luego se fue con un semblante tan satisfecho como si acabara de escuchar alguna noticia que le fuera de mucho placer o ventaja. Otro día, un compañero le pidió una aguja y un poco de hilo. Él respondió que tenía una aguja pero no hilo; cuando el otro dijo enojado: "¡Es evidente que eres un tonto, y nunca fuiste bueno para nada! ¿Qué puede hacer la Orden con un hombre tan incapaz como tú? ¡Vete, que no puedo soportar mirarte!" Entonces, sin enojo ni descomposición, se alejó del monje que lo había reprendido, y después de un rato volvió con su serenidad habitual, para gran edificación de sus compañeros religiosos.

En las Vidas de los Padres, leemos que San Amonio había alcanzado una perfección tan grande que era tan insensible a los insultos como una piedra; y no importaba cuántos le infligieran, nunca consideraba que se le hubiera hecho daño alguno. En las mismas Vidas, se relata que el Abad Juan una vez les contó a sus discípulos la historia de un joven que, por haber insultado gravemente a su maestro, fue condenado a permanecer durante tres años en empleos humildes y a recibir todos los insultos que pudieran infligírsele, sin vengarse en absoluto. Al regresar con su maestro después de que hubiera expirado este tiempo, se le dijo que durante los próximos tres años debía recompensar a quien le hiciera un daño. Después de hacer esto fielmente, fue enviado a Atenas para estudiar filosofía. Entró en la escuela de un viejo maestro que solía maltratar a todos sus alumnos a su llegada. Hizo lo mismo en este caso; pero el recién llegado solo se rió, y al ser preguntado por el motivo de su conducta, respondió: "¿Cómo puedo dejar de reírme, cuando durante tanto tiempo he pagado por los maltratos, y ahora los encuentro sin pagar nada?" "Hijos míos," añadió el santo Abad, cuando terminó su historia, "la sumisión a los ultrajes es el camino por el que nuestros Padres han pasado para ir al Señor; y por difícil que parezca al principio, ven que por hábito no solo se vuelve fácil, sino incluso placentero."

Un Mercedario