San Bernardo, Juan Correa de Vivar

Día 24

Abril: Paciencia

Si se encontrara alguna casa donde no hubiera ningún monje problemático y de mal genio, sería bueno buscar uno, y pagarle a un alto precio por el gran bien que resulta de este mal cuando se maneja con prudencia. -San Bernardo

Cuando San Felipe Neri vivía en San Girolamo, tenía una gran cantidad de penitentes. Los sacristanes de la iglesia, molestos por esto, tomaron antipatía hacia él y le hicieron todos los desaires que pudieron. A veces, cuando iba a decir Misa, le cerraban la puerta en la cara; o no le daban las vestiduras sagradas, o solo le daban unas baratas y desgarradas, con muchos comentarios groseros e insultantes.

A veces le quitaban de las manos el misal y el cáliz, o los escondían, o lo obligaban a quitarse las vestiduras cuando ya las tenía puestas. Otra vez, lo hacían dejar un altar e ir a otro, o tal vez volver a la sacristía, todo para irritarlo e inducirlo a dejar el lugar. Pero el santo, sin quejarse nunca del mal trato que recibía ni mostrar señales de molestia, seguía ocultando sus sentimientos y rezando por esos hombres, tratándolos también con caridad y respeto, y haciéndoles cualquier servicio que pudiera. Aunque a menudo sus amigos le instaban a irse a vivir a otro lugar, él no lo hacía, "porque", decía, "no quiero huir de la cruz que Dios me envía". Esto duró algunos años. Finalmente, viendo que no lograba nada con su caridad y humildad y que sus enemigos, en lugar de ablandarse, aumentaban en pertinacia, recurrió a Dios en busca de algún alivio; y un día en particular, fijando sus ojos en un crucifijo, dijo: "¡Oh buen Jesús mío! ¿Por qué no me escuchas? Durante tanto tiempo y con tanta insistencia he pedido paciencia; ¿por qué no me has escuchado?" Entonces escuchó una voz en su corazón que dijo: "¿No me pides paciencia? Te la daré, pero es de esta manera que deseo que la obtengas". Desde entonces, lo soportaba todo con mayor alegría y con el más perfecto contentamiento, hasta tal punto que ya no sentía ninguna de sus injurias, sino que las deseaba mucho; y cuando era maltratado por esos hombres o por otros, no le daba importancia y no hablaba de ello, ni permitía que se hablara. Si alguna vez escuchaba algún mal dicho de aquellos que lo habían ofendido, los excusaba de inmediato, los elogiaba y, si era apropiado, los visitaba y protegía. Por esto, adquirió tanto gusto por el lugar que durante treinta años nunca lo abandonó. No se dejó persuadir para abandonar su amado lugar de sufrimiento, ni siquiera cuando había construido el nuevo Oratorio de la nueva iglesia y muchos de sus hijos habían ido a vivir allí. Aunque trataron de demostrarle la conveniencia y la obligación de vivir con ellos, ya que él era su fundador y cabeza, todas sus súplicas y oraciones no tuvieron éxito hasta que finalmente la autoridad del Papa intervino para concederles éxito.